DETRAS DE LA FACHADA ( DE TRUMP)
Por: Thierry Meyssan. Tomado de La Red Voltaire El presidente estadounidense Donald Trump actúa con más celeridad que los demás responsabl...

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Por: Thierry Meyssan. Tomado de La Red Voltaire
El presidente estadounidense Donald Trump
actúa con más celeridad que los demás responsables políticos de su generación.
En una docena de semanas ya ha reemplazado el «imperialismo estadounidense» por
el «excepcionalismo».
Eso todavía no pone fin al problema, pero es
al menos un avance, para Estados Unidos y para el resto del mundo.
Al mismo tiempo, Donald Trump ha reducido la
burocracia federal suprimiendo agencias cuyas actividades apuntaban a objetivos
cuestionables y despidiendo 230 000 funcionarios federales.
Hace más de 3 meses que Donald Trump inició su
segundo mandato presidencial y ya ha emitido una cantidad sorprendente de
decretos sobre asuntos muy diferentes, lo cual permite a sus críticos
presentarlo como un personaje caótico. Pero, a pesar del poco tiempo que ha
transcurrido desde su regreso a la Casa Blanca, los primeros resultados ya
empiezan a verse.
Lo primero ha sido descolonizar el «Imperio
estadounidense».
Sin embargo, como su primer intento, en 2017,
terminó en un duro fracaso, esta vez Trump ha cambiado de método. Al octavo día
de su primer mandato, Donald Trump había firmado un decreto con el que sacaba
del Consejo de Seguridad Nacional al jefe del Estado Mayor Conjunto y al
director de la CIA Aquello suscitó una rebelión de la alta administración, que
en sólo 16 días, lo obligó a separarse de su primer consejero de seguridad
nacional, el general Michael Flynn.
Aquello dejó huellas y altos personajes de la
seguridad nacional intervinieron en la última campaña electoral afirmando
falsamente que la famosa computadora de Hunter Biden –el hijo del presidente
Joe Biden– simplemente no existía y que los testigos que habían visto los datos
que contenía aquel dispositivo eran agentes de la “desinformación rusa.”
Esta vez, al entrar de nuevo en la Casa
Blanca, Donald Trump privó a todos aquellos personajes de todo acceso a la
información sensible. Como se suele decir que «No hay dos sin tres», en los
últimos días , que seguían trabajando para los “straussianos”, o sea los
seguidores de las políticas que preconizaba el ya fallecido filósofo Leo
Strauss. Habiendo sacado ya del escenario a esos individuos, el presidente
Trump inició negociaciones de paz sobre Ucrania, Palestina e Irán.
Hubo un sinnúmero de reacciones cuando Trump
puso en su lugar al líder de facto ucraniano, Volodimir Zelenski, pero ahora
acaba de poner también en su lugar al primer ministro de Israel, Benyamin
Netanyahu].
Y es la segunda vez que lo hace. La primera
fue en la anterior visita de Netanyahu, cuando Trump anunció que le gustaría
convertir la franja de Gaza en una segunda “Riviera”, descartando así
implícitamente la aspiración israelí de anexar ese territorio. Esta vez, como
decíamos, Trump puso nuevamente a Netanyahu en su lugar anunciándole que no
debe intentar dividir Siria y que tampoco podrá atacar Irán.
En Ucrania, Trump ha impuesto ya la idea de
que Crimea, la región de Donbass y parte de la llamada Novorrossiya seguirán
siendo parte de Rusia y, dicho claramente, que el régimen de Kiev tendrá que
organizar una elección. Los nacionalistas integristas ucranianos ya saben que han perdido.
En cuanto a los territorios en disputa, Kiev
ha tenido que reducir sus exigencias a tratar de recuperar sólo la central
nuclear de Zaporiyia –algo que Rusia acaba de descartar categóricamente y queda por ver si Rusia obtiene también la
posesión de Odesa, sin tener que conquistarla.
En
Palestina, Trump ha logrado que casi todos los actores admitan que el Hamas no
podrá volver a gobernar la franja de Gaza. Pero en Israel todavía no ha
encontrado una alternativa a los “sionistas revisionistas” –los discípulos del
fascista judío-ucraniano Zeev Jabotinsky-.
Tampoco ha detenido la masacre contra los
palestinos en Gaza. En esa misma región, Trump no ha sido capaz de detener
tampoco las masacres confesionales en Siria, ahora bajo el control de los
yihadistas, pero ha hecho saber a Israel que tendrá que renunciar a sus
ambiciones territoriales en Palestina, Líbano y Siria.
En
cuanto a Irán, Trump está sólo en la etapa de inicio de las conversaciones con
Teherán. Quiere que la República Islámica renuncie a armar las milicias chiitas
de la región, pero tendrá que presentar a las autoridades iraníes propuestas
concretas sobre cómo garantizar de otra manera la seguridad de Irán.
En el caso particular de Irán, la situación es
más complicada ya que, como hizo antes con Ucrania y con los palestinos, Trump
comenzó amenazando a los iraníes, lo cual suscitó un endurecimiento inmediato
en la actitud de Teherán.
En los tres casos, el presidente Trump ha
exhibido sus armas sin llegar a la batalla. Suspendió brevemente el suministro
de datos de inteligencia que el Pentágono aportaba al ejército de Kiev; también
suspendió brevemente los envíos de armas a Israel, aunque de eso no se habló en
los medios, a pesar de la grave inquietud que suscitó esa medida en el
estado mayor israelí; y, en el caso de Irán, ha concentrado medios militares en
la isla de Diego García para amenazar a la República Islámica. La única acción
militar que Trump ha ordenado por ahora ha sido la campaña de bombardeos contra
Yemen, tan sangrienta como tácticamente inútil (el movimiento Ansar Allah ya se
había preparado para evitar grandes pérdidas en el plano militar) pero que le
sirvió para transmitir su mensaje a Irán.
Al mismo tiempo que reorganizaba las
relaciones exteriores de Estados Unidos, el presidente Trump inició la ardua
tarea de «hacer adelgazar el mamut», o sea de cortar las ramas inútiles del
Estado federal estadounidense. Ese es el otro gran “trabajo” de los
“jacksonianos” –(los discípulos del 7º presidente de Estados Unidos, Andrew
Jackson (1767-1845)
Para llevar a cabo esa tarea, Trump se apoya
en el oligarca sudafricano-estadounidense Elon Musk. Pero el hombre más rico
del mundo no es un jacksoniano sino un libertariano.
Lo que quiere Musk no es eliminar las
atribuciones y prerrogativas no constitucionales del Estado federal para
favorecer la autoridad de los diferentes Estados de la Unión sino sólo quitar
peso a la administración federal. Eso quiere decir que Donald Trump y Elon Musk
no persiguen los mismos objetivos. Sin embargo, sus acciones han sido útiles en
los dos sentides, al menos hasta ahora.
En 12 semanas, Elon Musk ha logrado concretar
las dimisiones o despidos de 230 000 funcionarios federales. Por supuesto, esto
puede parecernos una salvajada, pero lo cierto es que lo que se cuestiona no es
la competencia de esas personas sino la utilidad de lo que hacían, lo cual es
muy diferente.
¿Por qué? Porque la mayoría de esos
funcionarios federales se dedicaba a velar por el cumplimiento de normas que no
debían existir. Y esto tampoco quiere decir que fuesen normas “malas” sino que
no debían estar en manos del Estado federal y que tampoco debían aplicarse
usando el dinero de los contribuyentes.
Al mismo tiempo, esa “poda” del Estado federal
ha permitido, accidentalmente, que salieran a la luz numerosos casos de
corrupción –un ejemplo claro es el caso de la agencia de atención a las
empresas medianas y pequeñas que había otorgado una subvención de 900 000
dólares a un bebé de 9 meses.
Pero eso no es todavia lo más importante.
La administración Trump acaba de anular
subvenciones del Pentágono por un valor total de 6 000 millones de dólares y se
trata principalmente de subvenciones destinadas a universidades, sin ninguna
relación con la defensa del territorio de Estados Unidos.
Y cuando el DOGE logre tener acceso a las
cuentas del país, se sabrá por fin para qué ha servido cada pago efectuado por
el Estado federal, como, digamos, los fondos (¿o salarios?) entregados a
numerosos dirigentes extranjeros.
Esto hace más fácil entender la batalla
judicial que han emprendido quienes tratan de mantener esos datos en secreto.
El Departamento de Eficacia Gubernamental
(DOGE) calcula que su trabajo representará un ahorro de 150 000 000 000 dólares
(150 millardos [14]) gracias a la reducción de la burocracia y la lucha contra
el fraude.
Esa cifra equivale a un ahorro de 931,68
dólares por cada contribuyente.
Y todavía es poco en relación con el estimado
inicial.
El objetivo central de la acción de Donald
Trump es reformar la economía occidental dando fin a la “globalización
estadounidense”, en la que los componentes de los productos complejos debían
fabricarse en múltiples países para ser finalmente ensamblados.
Trump quiere traer de vuelta a Estados Unidos
la mayor cantidad posible de fábricas para que su país vuelva a ser capaz de
asumir todo el proceso de fabricación de productos complejos, desde la
producción de sus componentes hasta el producto final.
De hecho, aunque parezca lo contrario, la
“Primera Guerra Mundial comercial” no es un enfrentamiento entre Estados Unidos
y China sino entre dos formas de capitalismo.
Inicialmente Donald Trump no era un político
sino un empresario y fue como empresario que abordó el mundo de la política en
los años 1980. En aquel momento, Trump publicó en 3 grandes diarios
estadounidenses una página publicitaria de denuncia contra el desequilibrio en
los intercambios entre Estados Unidos y China. Trump se oponía así a la
globalización estadounidense, en la que Estados Unidos era el centro del
“Imperio”, con China como “taller del mundo”.
Pero no fue hasta mucho después que Donald
Trump entró en el mundo de la política, al principio junto a los Clinton, más
tarde apoyando al Tea Party y finalmente apoderándose del Partido Republicano.
Para entender a Donald Trump tenemos que
recordar constantemente el camino, la evolución del personaje: Trump no es
demócrata ni republicano sino “jacksoniano.
Y su
caballo de batalla es traer de regreso a Estados Unidos la producción de los
bienes de consumo. Resulta ciertamente mucho más fácil entender a sus
adversarios estadounidenses porque casi todos, en vez de basarse en su propia
experiencia, actúan en función de una ideología única: “el imperialismo
estadounidense”.
También tenemos que conservar en mente el
hecho que, generalmente, los universitarios confunden las ideologías económicas
y el funcionamiento de la economía real : disertan sobre la primera pero
ignoran la segunda.
Al convertirse en presidente de Estados
Unidos, Donald Trump reforma la economía.
Proclama como su objetivo Make America
Great Again (MAGA), o sea que Estados Unidos vuelva a ser una gran
potencia. Pero no piensa hacerlo emprendiendo guerras sino, como Andrew Jackson
–el 7º presidente de Estados Unidos– sustituyendo las guerras por el comercio
internacional.
Por consiguiente, MAGA no significa restaurar
la “grandeza” de Estados Unidos mediante la fuerza militar sino convirtiendo el
país en una gran potencia económica.
El presidente Andrew Jackson no fue partidario
del libre intercambio ni proteccionista. No veía los aranceles como una
herramienta para proteger los productos estadounidenses frente a los
competidores internacionales sino como el único medio de financiar el Estado
federal.
Esa es exactamente la posición actual de
Donald Trump: quiere suprimir todos los impuestos federales y financiar su
administración únicamente mediante el cobro de aranceles. En cambio permite que
los diferentes Estados que componen el país establezcan los impuestos que crean
indispensables.
Partiendo de esa visión, Donald Trump organiza
el paso del antiguo sistema al nuevo siguiendo su método, el que describe en su
libro The Art of the Deal, desestabilizando a sus interlocutores.
Fue por eso que inicialmente anunció derechos
prohibitivos para todo el mundo y después los redujo (por 3 meses) al 10% para
todos… menos para China.
De inmediato, todos se pusieron a sus pies,
para agradecerle su demostración de bondad como “amo del mundo” y para
implorarle además que no les suba demasiado los aranceles.
El ejemplo más claro de ese comportamiento
sumiso lo dio Giorgia Meloni. La jefa del gobierno de Italia que corrió a Washington, donde hizo el papel de un
“fan” ante su ídolo, el ogro que puede imponerle lo que sea .
Pero el ejemplo contrario lo ha dado China,
que al principio reaccionó imponiendo aranceles equivalentes a los anunciados
por Washington. Pero Pekín optó después por una respuesta más “a lo chino”, o
sea en un terreno inesperado, interrumpiendo su cooperación con los dos
gigantes mundiales de los semiconductores, las firmas ASML et TSMC, y frenando
considerablemente sus exportaciones de las tan mencionadas “tierras raras”
singularmente necesarias en la fabricación de dispositivos de alta tecnología,
tanto civiles como militares. Pekín prohibió también la importación de aviones
Boeing.
Si China mantiene su desafío, en pocas semanas
Estados Unidos no dispondrá de más semiconductores ni de piezas de repuesto
para los motores de sus misiles, para sus sistemas de radares, sensores de
sistemas de puntería, láseres de designación de blancos, drones tácticos,
sistemas de guerra electrónica o para la producción de revestimientos
anticorrosión, etc.
De inmediato, el presidente Trump eximió del
arancel los productos de consumo de alta tecnología (ordenadores personales,
teléfonos celulares, etc.) pero no las materias primas y los componentes
indispensables para el complejo militaro-industrial.
Y esa es la situación actual, las industrias
bélicas –no sólo las de Estados Unidos sino también las de todas las potencias
occidentales– podrían verse obligadas a parar sus fábricas.
Desde el punto de vista de Donald Trump,
Estados Unidos dejó de ser una economía vigorosa porque ya no produce bienes de
consumo sino sobre todo armas y “productos financieros”.
En la práctica, Estados Unidos se convirtió en
una economía “de guerra” y Donald Trump trata de meter en cintura el complejo
militaro-industrial y desarrollar las producciones locales, principalmente las
que dependen de las “tierras raras”, y también trata de desarrollar las
energías fósiles indispensables en la producción moderna.
A pesar de lo que sugiere su denominación, las
“tierras raras” no son precisamente poco comunes. Lo que no abunda son las
capacidades de refinación que permiten obtener esos elementos en los volúmenes
necesarios para su uso industrial.
Y el 90% de esas capacidades están… en China.
Eso quiere decir que la situación actual
ofrece a Donald Trump el mejor argumento para desarrollar la explotación de las
“tierras raras” en Estados Unidos, rechazada por todo tipo de grupos
ecologistas, porque es cierto que
resulta difícil obtener esos elementos sin recurrir a las reservas de agua y
contaminar los terrenos.
Tras el libertarianismo del Departamento de
Eficacia Gubernamental (DOGE), bajo la dirección de Elon Musk, se esconde la
voluntad de Donald Trump de devolver a las autoridades de los Estados ciertas
funciones que estaban en manos de Washington.
De la misma manera, tras las posiciones del
consejero presidencial para el comercio, Peter Navarro, se esconden las
concepciones económicas propias de Trump. Navarro, quien fue profesor de
Economía en Harvard, es un polemista, conocido por haber alertado
–exagerándolo– sobre el desequilibrio en las relaciones con China.
Precisamente en estos días, Peter Navarro declaraba al programa de
televisión Meet the Press (NBC) que el equipo de Trump no estaba sorprendido
por las reacciones que su política arancelaria había suscitado, ni siquiera por
las respuestas de China.
Pero eso no debe llevarnos a creer que el
presidente Trump es “antichino”.
La senadora demócrata Elizabeth Warren, quien
evidentemente no trata de entender a sus adversarios políticos y los ve sólo
como multimillonarios capaces de cualquier cosa por dinero, acaba de acusar a
Trump y sus colaboradores de haber inventado toda su política arancelaria
únicamente para disponer de la información privilegiada que les permitiría
enriquecerse vendiendo y comprando acciones en el momento adecuado.
Partiendo de ese principio, la senadora Warren
exhortó la Securities and Exchange Commission (SEC) a abrir una investigación
sobre las fortunas personales de Trump y de Elon Musk.
Incluso declaró al programa de televisión
State of the Union (CNN) que la exención que Trump anunció para los teléfonos
celulares, ordenadores portátiles y otros dispositivos electrónicos era el
resultado de un «acuerdo especial» con el director ejecutivo de Apple, Tim
Cook, quien previamente había donado a Trump un millón de dólares, en el
momento de su investidura. «¡Como si no bastara el caos, [Trump] agrega una
capa de corrupción bien visible!», dijo la senadora Elizabeth Warren a CNN .
Independientemente de lo que pueda pensar la
senadora Warren, quien también fue profesora de Economía en Harvard, lo que
estamos viendo no es un caso de corrupción, ni una maniobra financiera para
enriquecerse a costa de los pobres.
Es una guerra. Y tampoco es una guerra entre
Estados Unidos y China, sino entre dos formas de capitalismo que se enfrentan a
escala global: la de los productores contra la de los “ensambladores".
Veremos quien Gana.
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