MADRID
Habia estado muchas veces en Madrid. De pasada, solo unas horas dentro del aereopuerto en transito a Galicia. Solo una vez sali fuera del...

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Habia estado muchas veces en Madrid.
De pasada, solo unas horas dentro del aereopuerto en transito a Galicia.
Solo una vez sali fuera del edificio de la terminal invitado a comer en casa de una persona amiga de la familia a la cual le lleve unas cartas porque tenia por delante mas de 10 horas de espera para el vuelo hasta Santiago de Compostela.
Lentejas con chorizo y tocino.
Eso fui lo que comi aquella tarde y tambien conoci a dos jovenes que muchos anos mas tarde se convirtieron en grandes amigos.
Despues de eso, volvi a estar varias veces en Madrid Barajas en rapidos transitos pero ya no habia aviones hasta Galicia porque nos esperaban unas guaguas muy confortables para emprender el viaje de 12 horas hacia el noroeste con varias paradas en hostales para orinar y comer tortilla espanola con un vaso de vino Rioja de la casa o Fanta de naranja mientras mirabamos los anuncios a colores de la television capitalista.
Pero cuando regrese al Barajas bajandome de un Airbus de AOM las cosas eran diferentes.
Me habia ido de Cuba para siempre y la imagen de mi hijo mirando fijamente los cristales del areopuerto de La Habana mientras lloraba en silencio producia un dolor frio y solido del que no era posible escapar.
Estaba parado al lado de una estatua ecuestre en una de las salidas del Barajas con mi maleta gris y una chaqueta jean Levis esperando a que me fueran a buscar y el Caballo parecia cansado y el Jinete en su traje de bronce con el brazo enhiesto, senalaba al cielo de Agosto en Madrid, purisimamente azul como el que decian que solo se encontraba en Cuba.
Solo tres dias antes estaba en la Plaza de los Olivos de Sancti Spiritus terminando los Carnavales con el Retrato de Familia del Gnomo de Negro, en una especie de despedida de la que nadie sabia y la cancion hablaba de dolores y de perdidas y de sillas vacias en las mesas de los Domingos y yo sin saber de la enorme racion de dolores y de perdidas que me esperaban en los anos venideros como el precio a pagar por la libertad, un precio demasiado elevado diria yo.
Despues de 18 anos, la misma persona que me invito a comer lentejas aquel dia me fue a buscar al Barajas y me llevo de nuevo a su casa a esperar el dia siguiente para tomar el tren a Alicante donde supuestamente me esperaria alguien de la familia.
En la hermosa ciudad de Alicante no estuve mucho.
Disfrutaba los paseos en la playa, las cervezas en los chiringuitos y los pies en el agua helada del Mediterraneo.
Fui a las montanas y camine por un viejo pueblo donde las senoras de panuelo negro en la cabeza compraban frutas y castanas al tiempo que sus maridos cotilleban de futbol en los portales de los bares mientras tomaban un botellin o un cortadito.
El centro de Alicante era un batiburillo de autobuses de aire acondicionado, carros y gente caminando con ropa blanca y celular al cinto.
Yo lo miraba y aspiraba todo sin salir del asombro y Pryca, el primer supermercado donde puse mis pies, me parecio un templo erigido a la comida y las hileras de productos interminables y el piso que parecia de espejo y las luces y la musica y los olores, indefectiblemente me hundian en la tristeza mas profunda al estar ahi y mi familia alla en la pocilga que hace solo unos dias yo llamaba pais.
Tuve que dejar a Alicante la Hermosa , la Blanca y la Maritima para regresar a Madrid y conoci a mi ciudad de transito mas profundamente.
Vivia en Carabanchel Alto, un barrio de obreros donde a las doce del dia el silencio descendia tranquilo y somnoliento sobre las ventanas cerradas de las casas para evitar el calor de mas de 40 grados.
Tenia poco que hacer y paseaba mucho por Madrid, estaba en mis primeros meses y todo me parecia nuevo y lustroso, y los olores se combinaban con los colores, colores por todos lados, los carros , la ropa las vallas de los anuncios y olores por todos lados, a pescado , a comida, a Marlboro, a " o de tualet" como me dijera la duena de una perfumeria a la que entre atraido por el olor de Heno de Pravia y de Agua Brava, viejos conocidos mios de la epoca de Iberia y de la Flota.
Aquellos dias fueron peculiares porque andaba desvaido entre la tristeza y el asombro , disfrutaba el asombro y disipaba la tristeza con los paseos cotidianos y los entra y sale de las tiendas, grandes y pequenas y las estancias de horas en el Corte Ingles y su piso de Oportunidades.
Eran los primeros dias del emigrante: zapatos rotos por donde se filtraba la llivia y pantalones a punto de rasgarse entre las piernas, visitas a Caritas y el pase del Metro y del autobus para ir al comedor de la Calle Canarias donde servian muy buenas comidas y gracias a la invasion musulmana recien comenzada, (1997) me llevaba a casa grandes bolsas de excelente pan , jamon y cunas de queso La Vaquita que los inmigrantes islamicos rechazaban por ser el jamon "impuro".
Vaya idiotas.
Recuerdo las unicas Navidades que pase en Madrid, dias llenos de luces y de gentes con regalos y lluvia fria finisima y tortas de Cabello de Angel y el amanecer del dia 25 en el apartamento de un amigo en Alcorcon donde fui invitado a cenar. El lugar tenia amplios ventanales donde se podia ver muy lejos ya que estaba en un piso alto pero ese dia todo estaba brumoso y los cristales empanados lo cual daba al aposento una luminosidad especial
En el televisor los anuncios de Freixenet y de Nokia al mismo tiempo que el cafe hacia su ruido en la cocina y la sala muy acogedora con dos sofas llenos de cojines de colores y una alfombra blanca y roja bajo la mesa de centro y todo aquello respiraba familia y comodidad y me senti mas triste aun no porque estaba solo, sino porque no sabia cuanto me faltaria para tener aquello al cual fui invitado con las mejores intenciones pero que estaba haciendo mucho dano.
Sali de Madrid un dia en tren de la terminal Atocha, la misma que fue atacada por quizas algunos de los mismos islamicos que comian conmigo en el comedor de la calle Canarias tan simpaticos y tan cordiales y tan hipocritas, rumbo al pais Vasco en el inicio de un viaje dificil y riesgoso hacia otro lugar.
En una de sus vueltas iniciales el tren me permitio ver parte de Madrid y la unica torre de aquel tiempo en el Paseo de la Castellana.
Habia sido muy pobre y humilde en Madrid , pero tambien fui agasajado y ayudado por muy buenas personas y eso no lo he olvidado jamas. Madrid tiene un lugar especial en mis recuerdos y espero volver algun dia y sentarme en uno de los cafes de la Calle Baltanas y volver a respirar aquel aire, el mismo de hace 24 anos, cuando todo era nuevo, oloroso y distinto: el aire de la libertad.
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