UN POCO DE HISTORIA
Por Thierry Meyssan Tomado de La Red Voltaire En otros tiempos, Stalin borraba a sus adversarios políticos de las fotos oficiales. En nues...

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Por Thierry Meyssan Tomado de La Red Voltaire
En otros tiempos, Stalin borraba a sus adversarios
políticos de las fotos oficiales. En nuestra época, el presidente de Estados
Unidos, Joe Biden, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, también tratan
de reescribir la Historia.
Bajo la denominación de «Desembarco de Normandía»
nos han presentado una versión “corregida” de acontecimientos que en realidad
sucedieron de otra manera.
Esconden el grave conflicto surgido, de junio a agosto
de 1944, entre las organizaciones de la Francia que luchaba contra la ocupación
nazi –el Consejo Nacional de la Resistencia y el Comité Francés de Liberación
Nacional– y el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt.
Esconden también el hecho que el general Charles de
Gaulle se negó a participar en el desembarco… y hasta nos inventan una
participación ucraniana.
En el cementerio estadounidense del desembarco, el
presidente francés, Emmanuel Macron, rinde homenaje a los soldados
estadounidenses que “se sacrificaron por nuestra independencia” (sic).
Acabamos de ver una gran operación de reescritura de
la Historia tendiente a manipular a la opinión pública para justificar la
innegable agresividad de la OTAN contra Rusia.
Una visión falsificada del desembarco del 6 de junio
de 1944 ha tenido como resultado la conmemoración de acontecimientos que
simplemente no ocurrieron de la manera como nos han sido presentados.
Según los organizadores de la conmemoración –léase,
según la OTAN, la “compañía” que trajo a la mayoría de los comparsas que
participaron en esta farsa, incluyendo a jefes de Estado y de gobierno– los
Aliados estaban unidos en la lucha contra el nazismo y la defensa de la
libertad.
Pero el desembarco anglosajón en Normandía no tuvo
como objetivo liberar a los franceses sino sustituir la ocupación nazi
imponiendo a Francia el Allied Military
Government of Occupied Territories (AMGOT), o sea el “Gobierno Militar
Aliado de los Territorios Ocupados”.
Billete de banco impreso por el AMGOT, imitando el
formato del dólar estadounidense.
Cuando supo que la población francesa no aceptaba la
“moneda” del AMGOT, el mariscal británico Montgomery exclamó: “¿Qué es este asunto de los billetes de
banco que trajimos? Me dicen que la población no los quiere. ¡Hay que
obligarlos! ¡Es dinero bueno! ¡Es nuestro dinero!”
Aunque el gobierno británico aceptó la presencia en
Londres del general Charles de Gaulle y de sus “franceses libres”, el gobierno
de Estados Unidos nunca reconoció al general como líder de la resistencia
francesa contra la ocupación nazi.
En Washington incluso se mantuvo una embajada del
régimen colaboracionista de Vichy hasta el 24 de abril de 1942 –o sea hasta 4
meses después de la entrada en guerra de Estados Unidos.
Después, el 22 de noviembre de 1942, el gobierno de
Estados Unidos negoció un acuerdo con el almirante Francois Darlan,
representante del régimen colaboracionista de Vichy.
Según aquel acuerdo, había que impedir la presencia
del general de Gaulle en el norte de África y Darlan –en nombre del mariscal
colaboracionista francés Philippe Petain– transferiría a Estados Unidos la
autoridad colonial de Francia al final de la guerra.
Los anglosajones ya habían impuesto el AMGOT a
Italia y habían intentado instalarlo también en los territorios coloniales de
Francia en el norte de África, mientras se disponían a extenderlo a Noruega,
los Países Bajos, Luxemburgo, Bélgica y Dinamarca. Con ese objetivo formaban
administradores civiles en Charlottesville y en Yale.
Informado sobre lo que los anglosajones estaban
preparando, Charles de Gaulle regresa de Argel a Londres.
Tres días antes del desembarco, el 3 de junio de 1944,
de Gaulle convierte el Comité Francés de Liberación Nacional (CFLN), que él
mismo presidía, en un Gobierno Provisional de la República Francesa (GPRF),
sostiene una dura disputa con el primer ministro británico Winston Churchill y
se niega a grabar el discurso que los anglosajones habían escrito para él –cuyo
texto presentaba la visión anglosajona del desembarco.
El general de Gaulle se niega también a enviar con
las tropas del desembarco 120 oficiales de enlace que debían garantizar el
contacto con los combatientes de la resistencia francesa en el terreno (las
Fuerzas de la Francia Libre o FFL).
De Gaulle rechaza al mismo tiempo el esquema
anglosajón para la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU),
que instituiría un directorio británico-estadounidense sobre el resto del mundo.
Aquel proyecto resurgiría en 1950 –con la guerra de
Corea–, en 1991 –con la Operación “Tormenta del Desierto”– y en 2001 –con los
atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos.
Finalmente, justo antes del desembarco en Normandía,
Charles de Gaulle acepta grabar un breve mensaje de tibio apoyo al desembarco,
pero no al AMGOT, y reduce a 20 el envío de oficiales de enlace. También
logrará hacer fracasar el proyecto anglosajón para la ONU
En sus Memorias de guerra, Charles de Gaulle
escribe:
«El
presidente [Roosevelt], en efecto, mantenía, de mes en mes, encima de la mesa
el documento [la proposición de acuerdo entre el Comité Francés de Liberación
Nacional (CFLN) y los Aliados para la Liberación de Francia]. Mientras tanto,
en Estados Unidos, se montaba un “Allied Military Government” (AMGOT),
destinado a encargarse de administrar Francia. Veíamos afluir a esa
organización todo tipo de teóricos, técnicos, hombres de negocios,
propagandistas o bien franceses de ayer convertidos en ciudadanos yanquis.
Los
trámites que [Jean] Monet y [Henri] Hoppenot creían tener que hacer en
Washington, las observaciones que el gobierno británico dirigía a Estados
Unidos, las demandas insistentes que Eisenhower enviaba a la Casa Blanca, no
aportaban ningún cambio. Como era necesario, sin embargo, llegar finalmente a
algún texto, Roosevelt se decidió, en abril, a impartir a Eisenhower
instrucciones según las cuales sería el Comandante Supremo quien ostentaría el
poder supremo en Francia. Como Comandante Supremo [Eisenhower] tendría que
escoger él mismo las autoridades francesas que colaborarían con él. Pronto
supimos que Eisenhower suplicaba al presidente que no pusiera sobre sus
espaldas aquella responsabilidad política y que los ingleses desaprobaban un
procedimiento tan arbitrario. Pero Roosevelt, modificando sólo un poco aquellas
instrucciones, mantuvo lo esencial.
En
realidad, las intenciones del presidente me parecían de la misma naturaleza que
los sueños de Alicia en el país de las maravillas. Roosevelt ya se había
arriesgado en el norte de África, en condiciones mucho más favorables a sus
deseos, a una empresa política análoga a la que meditaba para Francia. Pero
nada quedaba de aquel intento. Mi gobierno ejercía, en Córcega, en Argelia, en
Marruecos, en Túnez, en el África negra, una autoridad total. Los personajes
con quienes Washington podía contar para poner obstáculos a aquella autoridad
habían desaparecido de la escena. Nadie se ocupaba del acuerdo Darlan-Clark [el
traspaso de los poderes del imperio colonial francés a Estados Unidos], que el
Comité de Liberación Nacional consideraba carente de valor legal, acuerdo sobre
el cual yo había declarado claramente, desde la tribuna de la Asamblea
Consultativa, que, para Francia, no existía. Que el fracaso de su política en
África no pusiese fin a las ilusiones de Roosevelt era algo que yo deploraba,
por él y por nuestras relaciones. Pero yo estaba seguro de que su proyecto, de
haber sido aceptado por la Metrópoli, ni siquiera hubiese podido comenzar a
aplicarse. En Francia, los Aliados sólo hubiesen podido reunirse con los
ministros y funcionarios que yo habría instaurado. No hubiesen encontrado más
tropas francesas que aquellas que me tenían por jefe. Sin vanidad alguna, yo
podía retar a Eisenhower a tener una relación que valiera la pena con alguien
que no hubiese sido designado por mí. Además, ni él mismo se planteaba tal
cosa.»
En definitiva, entre los 30 000 soldados que
participaron en el desembarco del 6 de junio de 1944 hubo sólo 177 franceses
(los infantes de marina del capitán Kieffer).
No fue hasta el 1º de agosto que los 20 000 hombres
de la 2ª división blindada (la 2ª DB), del general Philippe Leclerc de
Hauteclocque, desembarcaron en Normandía, entre Sainte-Marie-du-Mont y
Quineville, punto que los Aliados denominaban Utah Beach.
Aquella fuerza avanzó a toda marcha hacia París, que
se sublevó y se liberó.
El juramento de los soldados “ucranianos” durante la
Segunda Guerra Mundial
“Fiel
hijo de mi Patria, me uno voluntariamente a las filas del Ejército de
Liberación Ucraniano y, con alegría juro que combatiré fielmente el bolchevismo
por el honor del pueblo. Esa lucha la libramos junto a Alemania y sus aliados
contra un enemigo común. Con fidelidad y sumisión incondicional, creo en Adolf
Hitler como dirigente y comandante supremo del Ejército de Liberación. En todo
momento, estoy dispuesto a dar mi vida por la verdad.”
LA MEZCOLANZA CON LA GUERRA EN UCRANIA
El presidente estadounidense Joe Biden y su maestro
de ceremonias, el presidente francés Emmanuel Macron, trataron de aprovechar la
conmemoración de su versión falsificada del desembarco para inventar un
increíble paralelismo con su presentación –igualmente falsificada– de la actual
guerra en Ucrania.
Para que las cosas estén bien claras, Rusia no fue
invitada a la celebración del desembarco aliado.
En cambio, el ejército de los ucranianos que
lucharon del lado de los nazis sí fue invitado.
Joe Biden y Emmanuel Macron presentaron a Estados
Unidos como el ganador de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que fue la
Unión Soviética quien tomó Berlín y venció al III Reich.
Joe Biden y Emmanuel Macron ignoraron el sacrificio
de 27 millones de soldados soviéticos. Pero concentraron su versión en los 292
000 soldados estadounidenses muertos (que además murieron principalmente
luchando contra Japón) después de la derrota de los nazis.
Se trata de dos esfuerzos de guerra absolutamente
incomparables.
De paso, Joe Biden y Emmanuel Macron recordaron el
asesinato de 6 millones de judíos perpetrado por los nazis, ya sea durante la
llamada «Shoa a balazos» como, a partir de 1942, en los campos de
concentración.
Pero nada dijeron sobre los 18 millones de civiles
eslavos soviéticos (no contabilizados entre los 27 millones de soldados
soviéticos muertos antes mencionados) igualmente considerados como
«sub-hombres» y designados objetivos principales del proyecto nazi de
exterminio.
Tampoco dijeron ni una palabra sobre todos los demás
pueblos designados por los nazis como objetivos de sus planes de exterminio,
como otras poblaciones eslavas y los gitanos.
Dirigiéndose a Volodimir Zelenski, el presidente
estadounidense Joe Biden declaró: «Ucrania
está siendo invadida por un tirano y nunca la abandonaremos (…) No podemos
renunciar ante dictadores, eso es inimaginable (…) Los soldados del Día-D
cumplieron con su deber. ¿Cumpliremos nosotros con el nuestro? (…) No debemos
perder lo que se hizo aquí.»
¿Es necesario recordar que, lejos de ser un
«dictador», el presidente ruso, Vladimir Putin, acaba de ser reelecto en marzo
con el 88,5% de los votos válidos en una elección que se desarrolló de forma
honesta, incluso si, según las potencias occidentales, la campaña electoral
dejó poco espacio a la oposición?
Por el contrario, el mandato presidencial de
Volodimir Zelenski expiró el 21 de mayo y Zelenski ha prohibido los 12 partidos
políticos opositores, alejó del país a su rival –el general Valeri Zalujni–
enviándolo como embajador al Reino Unido y no está organizando elecciones.
Sólo se mantiene en el poder. En el mejor de los
casos, Zelenski podría ser considerado hoy jefe de un gobierno provisional
ucraniano, pero ha dejado de ser un “presidente
electo”.
Zelenski dirige ilegalmente las fuerzas armadas de
su país, que tienen como principales jefes a una serie de nacionalistas
integristas. Esos elementos se presentan públicamente como seguidores del
fundador del «nacionalismo integral», Dimitro Dontsov y de su esbirro, el nazi ucraniano Stepan
Bandera. Durante la Segunda Guerra Mundial, Dontsov fue administrador del
Instituto Reinhard Heydrich, a cargo de la aplicación de la «Solución final» de
la cuestión judía y de la cuestión gitana, mientras que Bandera, a la cabeza de
la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN), liquidó al menos 1,6
millones de ucranianos, principalmente en la región de Donbass y en la
Novorrosiya.
En resumen, fue como continuador de los nazis
ucranianos que el ex presidente Volodimir Zelenski participó en esta farsa.
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