EL SAQUEO PERFECTO . CUANDO LA INMIGRACIÓN SÍ ES EL PROBLEMA
Du rante años, Suecia fue presentada como el ejemplo moral de Occidente: Estado fuerte, bienestar generoso, confianza institucional. Hasta q...
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Durante años, Suecia fue presentada como el ejemplo moral de Occidente: Estado fuerte, bienestar generoso, confianza institucional. Hasta que la realidad —siempre terca— se impuso.
U Una investigación del diario Expressen, uno de los más importantes del país,
destapó un escándalo mayúsculo: redes de escuelas privadas, guarderías (day
care), asociaciones y empresas satélite que absorbieron más de MIL MILLONES de
coronas suecas en dinero público.
No hablamos de un centro aislado ni de errores administrativos. Hablamos de estructuras completas diseñadas para vivir del Estado, financiadas por vales escolares, subsidios a preescolares y ayudas sociales, que acumulaban deudas fiscales, cerraban, reaparecían con otros nombres y, en algunos casos, transferían dinero fuera del país.
El resultado fue simple y brutal: dinero público irrecuperable, escuelas cerradas, niños desplazados y contribuyentes estafados.
Varios de los responsables eran directivos de origen somalí, algunos con vínculos islamistas, algo que Expressen documenta sin eufemismos. No es “todos los somalíes”, pero negar la sobrerrepresentación en este esquema concreto es mentir deliberadamente.
Aun así, lo verdaderamente escandaloso no es el origen de los implicados, sino la impunidad: huidas, quiebras controladas, casi nadie en prisión y muy poco dinero recuperado.
Y quien crea que esto es un “problema sueco” se engaña.
En Minnesota, Estados Unidos, estalló un caso casi calcado: guarderías que cobraban millones por niños que no existían, horas ficticias y servicios jamás prestados. El fraude en programas de asistencia infantil alcanzó cientos de millones de dólares, con una participación desproporcionada de proveedores de la comunidad somalí.
Mismo guion, distinto país.
El patrón es idéntico:
No hablamos de un centro aislado ni de errores administrativos. Hablamos de estructuras completas diseñadas para vivir del Estado, financiadas por vales escolares, subsidios a preescolares y ayudas sociales, que acumulaban deudas fiscales, cerraban, reaparecían con otros nombres y, en algunos casos, transferían dinero fuera del país.
El resultado fue simple y brutal: dinero público irrecuperable, escuelas cerradas, niños desplazados y contribuyentes estafados.
Varios de los responsables eran directivos de origen somalí, algunos con vínculos islamistas, algo que Expressen documenta sin eufemismos. No es “todos los somalíes”, pero negar la sobrerrepresentación en este esquema concreto es mentir deliberadamente.
Aun así, lo verdaderamente escandaloso no es el origen de los implicados, sino la impunidad: huidas, quiebras controladas, casi nadie en prisión y muy poco dinero recuperado.
Y quien crea que esto es un “problema sueco” se engaña.
En Minnesota, Estados Unidos, estalló un caso casi calcado: guarderías que cobraban millones por niños que no existían, horas ficticias y servicios jamás prestados. El fraude en programas de asistencia infantil alcanzó cientos de millones de dólares, con una participación desproporcionada de proveedores de la comunidad somalí.
Mismo guion, distinto país.
El patrón es idéntico:
- Estado grande,
Suecia despierta a esta realidad Minnesota es otro ejemplo de desfalco de dinero públicos por parte de inmigrantes y Canadá va en esa dirección. Negarlo no es tolerancia. Es complicidad.
Occidente lleva años mintiéndose a sí mismo. Se repite que los escándalos de fraude al Estado son “fallos administrativos”, “casos aislados” o simples “abusos individuales”. No lo son.
Son consecuencias previsibles de una política suicida.
En Suecia, el dinero no se “perdió”. Fue drenado en una operación continuada de fraudes por parte de redes muy bien organizadas.
Una parte significativa de estas redes estaba dirigida por personas procedentes de entornos culturales profundamente ajenos —y en ocasiones hostiles— a los valores institucionales occidentales. No es un detalle menor. Es la clave del problema.
Porque aquí hay algo que la corrección política prohíbe decir:
la inmigración desde culturas antagonistas a la nuestra no es neutra. Es esencialmente hostil. Cuando se introduce masivamente población que no comparte los supuestos básicos de nuestra cultura occidental y se le da acceso directo a sistemas generosos y mal vigilados, el resultado no es diversidad: es depredación.
Y esto no es exclusivo de Suecia.
En Minnesota (EE. UU.), el mismo patrón explotó sin disimulo: guarderías cobrando millones por niños inexistentes, horas ficticias y servicios jamás prestados. El fraude en programas de asistencia infantil alcanzó cientos de millones de dólares, con una sobrerrepresentación clara de proveedores procedentes del mismo entorno cultural.
Mismo guion. Misma ideología. Mismo silencio cómplice.
La clase política occidental creó un sistema en el que fiscalizar es discriminación, preguntar es racismo y cerrar el grifo es odio.
Una sociedad no puede sostener un Estado de bienestar si importa masivamente personas que no reconocen ese Estado como propio, sino como una vaca a ordeñar o una estructura temporal que se explota mientras dure.
La inmigración es un problema cuando es masiva, culturalmente incompatible
y se combina con Estados débiles y elites cobardes.
Occidente no fue asaltado. Se dejó asaltar por políticos corruptos y traidores, mas traidores que corruptos, hay que decir.
Y este este patrón no es sueco, ni americano, ni canadiense, es occidental.
La clase política occidental es culpable por diseminar e institucionalizar el concepto de que control es discriminación, de que autoridad es odio y que realidad es prejuicio.
Ni ninguna
sociedad puede sostener un Estado de bienestar si importa inmigración masiva
culturalmente incompatible, renuncia a exigir asimilación real y criminaliza a
quien señala el problema.
Canadá va por el mismo camino, con los ojos cerrados y la boca llena de consignas.
La
inmigración es un problema.
Negarlo no te hace virtuoso.
Te convierte en cómplice del saqueo.
Canadá va por el mismo camino, con los ojos cerrados y la boca llena de consignas.
Negarlo no te hace virtuoso.
Te convierte en cómplice del saqueo.

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