HOY ES NOCHEBUENA
Hoy es Nochebuena. El termino y el significado ha sido borrado del concepto social nacional de Cuba. Un edicto emitido por el destructor ...
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El
termino y el significado ha sido borrado del concepto social nacional de Cuba.
Un
edicto emitido por el destructor de Cuba y acatado casi unánimemente por los
cubanos ya en esa época convertidos en su casi totalidad en ovejas deslumbradas,
así lo decreto.
Los
apaciguadores internacionales que de ellos hay por miles, serviles escribanos
de la historia según Castro, nos dicen que no hubo un decreto firmado por Castro
para eliminar las Navidades, pero en 1969, tras el fracaso de la Zafra de los
Diez Millones, el “gobierno” decidió eliminar la Navidad como día festivo
oficial.
La
medida empezó a aplicarse a partir de diciembre de 1970, cuando el 25 de
diciembre dejó de ser feriado en Cuba. El argumento oficial fue que el país
necesitaba máxima productividad, especialmente en la zafra azucarera, y que las
festividades “distraían” al trabajador.
En
la práctica, la Navidad pasó a ser vista como una celebración religiosa y
“burguesa”, incompatible con el proyecto socialista.
Como
resultado, de 1970 hasta 1997, es decir, durante 28 años no hubo Navidad en
Cuba.
Y
como resultado también, la inmensa mayoría de cubanos de 0 hasta los 60 anos ha
olvidado el significado y la atmosfera festiva que rodeaba estas fechas antes de
la Gran Oscuridad.
Eras
unos días especiales, de clima mas o menos frio para los parámetros cubanos y
los preparativos para la gran cena familiar de Navidad comenzaban desde mucho antes.
Mi
abuela y yo íbamos a la Plaza de Cuatro Caminos, majestuoso edificio de cuatro
pisos donde habían de todo lo que un humano podía comer además de las fondas
chinas en el ultimo piso donde recalaban los noctámbulos para paliar la ingestión
alcohólica con una buena sopa china y maripositas.
Mi
abuela compraba todo lo necesario y alquilaba uno de aquellos carretones de
madera con ruedas de rodamientos mecánicos ( cajaebola) que estaban fuera de la
Plaza, precisamente para estos menesteres.
Del
puerco y del guanajo se encargaba mi abuelo, ya que, en la mesa de Nochebuena
de mi casa, siempre hubo un puerco y un guanajo y un pescado que solía ser un
pargo criollo de regular tamaño o una cherna entera sin cabeza ya que la cabeza
mi abuela la destinaba para las sopas del mediodía de esos días festivos.
El
día antes era el día de matar el puerco y el guandajo que ya había pasado un
par de días de tortura amarrado a las sillas de la escuelita que estaban en el
patio de la casa de Alambique 109 bajo la lona carmelita.
En
esos días la “escuelita” de mis tías no funcionaba y las sillas permanecían amontonadas
en perfecto orden bajo la espesa lona carmelita.
La
casa era jolgorio y risas y música y mi abuelo y mi padre en los sagrados
menesteres de matar y pelar el puerco y el guanajo entre tragos de Bacardí y de
Arecha, un exquisito ron cubano ya en extinción.
Al
día siguiente, el puerco era llevado a la panadería para ser asado. Una
costumbre ancestral habanera ya que muy pocos dentro del área metropolitana podían
asar un puerco entero en sus casas.
Yo
iba con el y mi padre a la panadería escoltándolos a ellos con la bandeja del
puerco y recuerdo la larga fila de personas llevando el puerco, una pierna y
los mas humildes una paleta para solicitar el mismo servicio. A veces las panaderías
no daban abasto y algunas personas se quedaban sin poder asar su puerco.
El
aire ya contenía el olor del asado que se mezclaba con el aire frio de la época.
En mi casa había gas de la calle y mi abuela tenia el guanajo listo para el
horno junto con el pescado, ella y mis tías se ufanaban en la cocina que era pequeña
y por eso se instalaba una mesa en el patio después de limpiar la cargazón del
guanajo y del puerco.
Mi
abuela extendía un mantel de hule y servía como auxiliar para escoger arroz,
preparar los postres y otros menesteres.
Todo
era una frenética actividad en mi casa que tenía la puerta de la calle abierta por
donde entraban amigos y conocidos para desear felicidades, tomarse un traguito,
comer quizás un par de chicharrones y dar besos y apretones de manos.
Sobre
las 4 de la tarde empezaba el desfile del baño, mi tía Regla la última, porque
ella era mas presumida y necesitaba mucho tiempo para maquillarse y perfumarse para
la ocasión. Tanto ella como Rebeca habían escogido desde mucho antes la ropa
para esa noche, y todo era de estreno: vestido, perfume, zapatos y cinturón y
cartera porque a las doce de la noche después de la cena mi abuela y mis tías
iban a la Parroquia del Espíritu Santo de Cuba y Acosta a la Misa del Gallo. Iban
a pie por exigencias de mi abuela que quizás veía eso como una especie de penitencia
por los mundanos y sibaritas excesos de la cena de navidad.
Mi
abuela siempre fue adusta y sencilla. Usaba vestidos blancos de diferentes diseños
muy simples y zapatos ortopédicos confeccionados a medida para ella con medias
color claro.
Mi
padre estrenaba traje sin corbata y mi abuelo estrenaba alguna de las
guayaberas que se compraba para la ocasión junto con sus camisetas Perro de
botones de oro.
La
mesa se ponía en la sala una larga tabla (la misma de los preparativos) sobre dos
crucetas de madera bien robustas sobre la cual mi abuela extendía el mantel de
la nochebuena, una obra de arte con bordados y calados de color amarillo hecho
por ella misma, que recuerdo perfectamente.
Era
un ambiente a la vez festivo y familiar y en el radio sonaba el Benny, Blanca
Rosa Gil, Vicentico Valdés, el Trío Matamoros, Barbarito Diez, María Teresa
Vera, Tito Gómez, Panchito Riset y otros que no recuerdo.
La
puerta se abría a las seis de la tarde porque se había cerrado antes para los
avatares del baño y el acicalamiento general y a esa hora todo el mundo estaba
vestido y perfumado.
A mí
me habían mandado mas temprano a la barbería para pelarme a la malanguita y ya
estaba bañado y entalcado y mi trajecito estaba dispuesto en la cama de mi
abuela y que después que ella se bañaba y se vestía me acicalaba con un cuidado
y un amor que recuerdo aun ya en los albores de mi senectud.
Zapatos
embetunados por mi abuelo, brillantes como espejos por el cepillo furioso y la balleta,
medias blancas con un filo carmelita del mismo color que el traje, pantalón corto,
camisa blanca y saco de dos botones, mi cadena de oro, mi manilla con mi nombre
y mi sortija con mis iniciales UPQ.
Para
esas, tan especiales ocasiones mi abuela dejaba que me echase un poco de la
colonia que usaba mi abuelo, Aguas de Portugal de Agustín Reyes.
Cuando
todo estaba listo, mi abuelo ponía en la mesa inmensa los turrones
(yema,
alicante y jijona), peras y melocotones en latas, queso blanco, vino, pan, nueces,
avellanas, manzanas, uvas y la sidra El Gaitero.
Llegaba
el puerco y ocupaba el lugar central en la mesa, flanqueado por el guanajo y el
pescado. La casa se llenaba de un aroma especial y delicioso y comenzaban a
llegar los invitados que eran meramente los amigos de la familia; La Vecina, El
Vecino, Kico, una jamaiquina amiga de mi abuela de la cual no recuerdo el nombre,
el Coco novio de mi tía, Oscar mi padrino, novio de Rebeca, Gustavo y su
familia, los vecinos pasaban y entraban a brindar por la salud y por tiempos
mejores, algunos picaban algo de comer ante la insistencia de mis abuelos los
anfitriones naturales de la noche.
Llegaban
los postres que habían sido hechos bajo la estricta supervisión de mi abuela,
la artesana indiscutible. Arroz con
leche, natilla, buñuelos y torrejas.
Mi
tía Regla, siempre gustosa de los tiempos modernos, compraba un cake helado en
Sylvain. Aberración inaudita para mis abuelos que encontraban en un cake helado
una intromisión del futuro en sus paladares que no querían conocer, pero de la
cual yo era harto aficionado.
El
vino y la sidra iba y venia hasta la medianoche donde íbamos a la Misa del
Gallo y al regresar, se cerraba la puerta y se apagaban las luces y hasta el
otro día donde se levantaban los manteles se recogía la casa, se guardaban las sobras
de la cena y cada se disponía a sus planes para el día 25.
Visitas
a familiares y amigos y alguna que otra reunión en otras casas.
Esa
era la nochebuena de una familia podríamos decir, pobre.
Mi
abuelo era muellero, mi padre obrero gráfico, mi madre ama de casa y mis tías
maestras con escuela propia.
¿Dónde
estaba la opulencia y las costumbres burguesas?
¿Dónde
estaba la miseria?
No
había ninguna de las dos, éramos una familia normal de la Cuba pre-Castro que seguía
tradiciones ancestrales de nuestro pueblo cubano, humildemente y de acuerdo a
sus posibilidades.
Pero
esta atmosfera mágica que describo ya no existe. Todo se ha difuminado y la
inmensa mayoría de los cubanos ni sabe que es la Navidad o tiene un concepto
equivocado de ella.
Nosotros
éramos felices, ajenos a las tragedias personales y a la debacle como país que
nos aguardaba.
Yo
bailaba con mi abuela, una negra gorda y serena, casi iletrada, pero con
exquisita educación y era feliz, me sentía seguro y limpio y no intuia ni de lejos
el desolador futuro que me aguardaba y mucho menos que iba a morir en una tierra
extraña y lejana siendo casi el ultimo de todos aquellos que me rodeaban y entonces siento una
poderosa sensación de dolor y vacío la cual sorteo y soporto anclado a estos
recuerdos.
Hoy es Nochebuena y estas escenas recobran todo su esplendor y su significado.

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